dramaturga de clausura

El frenazo de la vorágine o verme inmersa en una película de ciencia ficción como personaje prescindible y totalmente inútil durante la crisis del COVID me invitaron a callarme. Probé de escribir, pero a mí las pestes no me inspiran a escribir como a don Will, claro que tampoco estoy en casa de mi mecenas el conde de Southampton.

Joven monja en oració nSergei Ivanovich Gribkov
Joven monja en oración, de Sergei Ivanovich Gribkov

Los primeros días me sentía absolutamente perdida, no tenía nada que aportar, pues no creía en la necesidad de ensanchar las cantidades estratosféricas de lecturas apetecibles que había ya en la red y lo que podría ser realmente útil no era capaz de hacerlo. Me ofrecí a todo el mundo, quería hacer algo, ayudar en algo, pero la situación pedía exactamente lo contrario, pedía quedarse en casa. Vivo en un pueblo enano, paradisíaco y enano, y nadie parecía necesitar mi ayuda, así que me racioné las horas de conexión con el mundo y entendí la oportunidad. Entendí la invitación… Me invitaron a sentarme en mi sillón a leer.

Sillón de lectura teatro

Durante estos días de confinamiento mi sillón y mi biblioteca me han propinado unas horas maravillosas. Mi racionamiento informativo, sumado al poco interés para sumergirme en las redes y el auge de las video llamadas, me han permitido viajar al pasado, a las épocas en que me hubiera gustado vivir. La ventaja de las miradas al pasado, sobretodo si una es poco dada a la rigurosidad global e irrevocable de los hechos, es que una puede imaginarla como más le convenga y, encima, puede hacerla cohabitar con los inventos contemporáneos. Una se puede sentir una poeta del XIX mientras tiene puesta la lavadora, un pan amasándose en la panificadora y ha comprado el último libro que le interesa en su Kindle sin levantar el culo del sillón.

Joven decadente Ramon Casas
Joven decadente de Ramon Casas

Quizás gracias a ello, o como consecuencia, mi culo ha ido aumentando su tamaño hasta proporciones hiperbólicas. Gracias a las medidas limitadas de mi orejero me he enterado a tiempo y he dejado de atracarme antes de reventar. Es extraño ese aumento de masa, no solo encefálica, sino lípido-festiva, pues durante estos días… Me he pateado la selva brasileña en “El mundo perdido”, he recorrido críticamente la cultura occidental con Adorno, repensado el teatro y la memoria con Mayorga, enfrentado con el adversario con locución de Carrère, navegado en el Christina con Onassis, la Callas y los Churchill abordo, acompañado a Nora en su despertar de navidad, investigado junto a Sherlock, he ojeado el último manuscrito de mi maestro, me he sentado a conversar con Kantor, aprendí a mirar con Wordsworth, me he paseado por Jubilee de la mano de Munro, todo de forma un poco caótica y casual, todo sin dejar de añadir leña a la chimenea, ora con un vino, ora con un te…  

A pesar de estar en tan buena compañía o tal vez por eso, he escrito poco.  Para no escribir no he escrito ni un blog, escribí unos párrafos la primera semana, pero me parecieron tan deprimentes que, pretenciosa de mí, decidí no colgarlos para no deprimir a nadie más en estos días de encierro. Como si alguien los fuera a leer y en tal caso, se fuera a deprimir tal como yo hice…

Hoy la salida a la calle está más cerca que nunca y me apena abandonar a mis compañeros y sumergirme de nuevo en la vorágine para buscar un trabajo que pague las facturas. El trabajo pre-encierro ya no es posible, el teatro sigue en la UCI, y creo que hay para un buen rato. Espero que al menos no tengamos a los puritanos quejándose como en época de Shakespeare con argumentos tales comoactuar en el tiempo de la plaga es aumentar la plaga por infección: actuar fuera del tiempo de la plaga es atraer la plaga ofendiendo a Dios sobre tales jugadas”

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En el teatro, de Albert Guillaume

Me apetece ver a amigos, compartir un vino, pero de lo que más ganas tengo aún no es posible y no sé cuando lo será… ¿Cuándo podremos  escuchar una orquesta en directo, cuando nos volveremos a abrazar, a besar, a acariciar? Quizás son excusas, quizás las maravillosas vistas de mi ventana tengan algo que ver, pero si fuera posible no abandonaría mi sillón. He pensado que como existen mujeres que se encierran y rezan para toda la humanidad quizás yo podría encerrarme y leer para la especie. Siguiendo con el paralelismo debo decir que los dulces no me salen del todo mal.